LA ELEGANCIA DEL PINGÜINO: Serie Negra (II): El Detective Que Surgió del Ruído.

martes, 1 de septiembre de 2009

Serie Negra (II): El Detective Que Surgió del Ruído.


-¡Uff! Huele a caca...¿No te habrás cagado, no?- preguntó el hombre mientras le seguía apuntando.

Aquél cabrón trenía olfato de lobo. No se le escapaba una.

La situación requería un análisis frío y rápido. Sócrates estaba tirado en el suelo de un almacén lleno de cajas de bebida. En la pared que se encontraba a su izquierda había un ventana que según sus cálculos daría a un patio interior comunicante con la escalera del edificio. Era por tanto una posible vía de escape. La puerta del almacén quedaba descartada puesto que le haría volver al interior del bar, apestado de los secuaces de Helios. Podría intentar agarrar una botella y estampársela en los morros al tío que le apuntaba. No sería nada complicado para alguien que había estudiado a fondo las técnicas de ataque de los monjes Shaoling: salto-patada voladora-botellazo. La secuencia era fácil, pero tenía miedo de que la fabada que había comido ese mediodía le privase de la velocidad necesaria para ejecutarla. El ataque de la Grulla no era ninguna tontería, con lo que decidió intentar una táctica más segura.

Calló entonces en la cuenta de que a su derecha, en el suelo, había un tornillo. ¡Los dioses están de mi parte! pensó. Y es que, sin duda, la suerte le sonreía. Un simple tornillo podría parecer un objeto insignificante para un advenedizo, pero para Sócrates Zacarías, el más importante –y único- aprendiz de detective de la ciudad, un tornilla podría significar la diferencia entre la vida y la muerte. Y es que lo había visto muchas veces en la tele, en una de sus series favorita: McGiver. Había que hacer un simple cálculo matemático para escoger el ángulo correcto, y con la fuerza necesaria y el golpeo adecuado, aquel tornillo saldría volando hacia el rostro de su enemigo convertido en una arma mortal. Chupado.

El momento oportuno no se hizo esperar. El teléfono móvil de su captor comenzó a sonar: era su novia, que si su pichurrín iría a cenar esta noche y que si luego jugarían a los médicos. Ésta era su oportunidad. Rara vez un hombre es capaz de mantener la concentración cuando una mujer le habla de sexo. Sócrates se concentró y golpeó el tornillo, pero el objeto salió rodando lenta e inofensivamente, hacia los pies del hombre. Por una inexplicable razón, su perfecto plan había fallado.

Pero no hubo tiempo para lamentaciones, ya que un segundo después, un fuerte puño golpeó la puerta.

-Contraseña.- susurró el hombre.
-Los caballos azules.- respondió una voz al otro lado.
-¿Esa contraseña es un poco antigua, no?. Dime la última.- le inquirió.
-¿Quieres la última? Pues ahí te va...

Dos balazos atravesaron la puerta, destrozándola y alcanzando al hombre en el pecho, que calló de espaldas, inconsciente. La puerta – o mejor dicho, lo que quedaba de ella- se abrió, y surgió de entre las sombras un hombre alto, con gabardina y que ocultaba su rostro con un sombrero.

-Joder, Arnau, tu siempre tan sutil. No hacía falta esa entrada tan explosiva, seguro que te ha escuchado todo el bar. Además, lo tenía todo controlado.-dijo Sócrates.
-Seguro que sí, Zaca, pero ya sabes que me gusta ser el protagonista. Por cierto...¡humm!, ¿Huele un poco a caca, no?

(...)

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