Una gota de sudor le resbaló por la cara. Eran las dos de la tarde y Sócrates Zacarías se axfisiaba de calor. Norteña no era un lugar caluroso, ni siquiera en Agosto, pero lucir gabardina y sombrero bajo la solana del mediodía no ayudaba precisamente a una ventilación adecuada. Las formas son las formas, se decía siempre. Si quería ser un detective debía vestirse y comportarse como tal. Por eso le cambió el color a su coche. Porque no se podía tomar en serio a un detective en un Twingo rosa. Azul metalizado era otra historia.
Después de hablar con el Mercromino, Sócrates se había acercado hasta uno de los locales de Helios. Según la agenda de Belarmino Arnau, cada Viernes a la hora de comer, el mafioso se reunía en ese sitio con sus socios para tratar asuntos de diversa índole. La visita aquella mañana del chino a la oficina había convencido a Sócrates de que Helios estaba metido en el asunto, y pensaba hacerle cantar. Pero, ¿quién era Helios? Helios Gurruchaga era el gangster por excelencia de Norteña, un empresario de la noche que había hecho fortuna trapicheando en sus bares y restaurantes. Tenía importantes contactos en el ayuntamiento, así que la policía normalmente hacía la vista gorda. No toda, por supuesto. El comisario Macario, habitual colaborador de Belarmino Arnau, le tenía en el punto de mira. Pero sin pruebas en su contra, y con el apoyo político que lo encubría, de momento Helios seguía siendo intocable.
Sócrates, agazapado detrás de un periódico con la discreción que había aprendido de los libros estudiados acerca de la CIA, se apostó delante del restaurante, en un banco, y comenzó la vigilancia. Llevaría allí sentado apenas cinco minutos, cuando le sorprendió un anciano a su lado.
-Caballero, ¿tiene fuego?
-Disculpe, no fumo.
-Oh, vaya... -dijo con tono de decepción el anciano. -Al verlo ahí plantado, con esa pinta de haber salido de una película de Humphrey Bogart, y espiando a través del periódico, pensé que sería usted una especie de detective. Y claro, todo detective que se precie fuma. Eso lo sabe todo el mundo.
-¿Cómo dice? -preguntó Sócrates desconcertado.
-Está usted espiando ese local de enfrente. Es evidente. -repuso el anciano con convicción.
-¿Perdón?
-Bueno, no hace falta ser Sherlock Holmes para suponer que si está leyendo un periódico con dos agujeros en medio, en realidad lo que le interesa es lo que se encuentra delante de usted.
Sócrates maldijo para sí mismo. En el futuro debería ser más cuidadoso con ese tipo de detalles. Intentó improvisar.
-Eh...bueno, en realidad estoy esperando a mi novia. Trabaja en ese local.
-Ajá...-asintió el anciano mirando hacia el cartel del local. - El Revienta Pelvis... Ya veo que es usted un hombre liberal.
Sócrates enrojeció.
-Es una pena -continuó el anciano. -Por un momento pensé que sería usted un detective investigando al dueño de ese bar.
-¿Por qué iba a hace eso? -dijo Sócrates fingiendo sorpresa.
-Oh, vamos, joven. ¿Me toma por tonto? ¿Se cree que es el primero que se ha plantado aquí delante a espiar a Helios Gurruchaga?
Sócrates no supo qué decir.
-Bueno, desde luego es el primero tan torpe como para hacer ese truquito de los agujeros en los periódicos. -continuó el viejo -Yo puedo ayudarle en su misión. Conozco una entrada oculta sin vigilancia por la que podría entrar al local si eso es lo que quiere.
-Por supuesto que querría. Sería de gran ayuda. -contestó el aprendiz de detective entusiasmado.
-Solo pondré una condición para ayudarle. Que me diga, con absoluta sinceridad, la naturaleza de sus sus intenciones con respecto a ese cretino de Helios.
-Oh, bueno, lo lamento pero eso es información confidencial.
-En ese caso... -dijo el anciano dándose la vuelta.
-Espere, espere. Mire, no conviene dar aire a este asunto. Es peligroso. Lo único que le puedo decir, y créame que es más de lo que debería, es que la vida de un hombre está en peligro. Y es Helios el responsable.
-Ajá...-asintió el viejo. -Suficiente. Acompáñeme.
El anciano, ayudado de su bastón, cruzó la calle con pasos cortos pero continuos y se dirigió al callejón paralelo al local. Atravesó un laberinto de callejuelas girando a derecha e izquierda sin un aparente rumbo, hasta que de repente, cuando Sócrates ya estaba convencido de que se habían perdido, se paró delante de una puerta, sacó una llave del bolso y la abrió invitándole a entrar. Una vez dentro, el anciano palpó la pared hasta dar con el interruptor de la luz, encendió y señaló hacia unas escaleras que había delante.
-Por ahí se sube, joven. Y tenga cuidado, este tugurio está lleno de seguridad. A estas horas encontrará a Helios en el comedor grande. Suele pasarse de sobremesa con sus amigotes hasta tarde.
-Muchas gracias, de verdad. Pero dígame una cosa: ¿Por qué tiene una llave de la puerta trasera?
-Disculpe, ¿no me he presentado? Soy Héctor Gurruchaga -dijo ofreciéndole la mano a Sócrates. -el padre de Helios.
(...)
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