Hay dos chiflados en mi calle. La recorren día y noche, arriba y abajo. Es raro, porque nunca los he visto cruzarse, es como si se repartieran las aceras y las horas de paseo. Suben y bajan sin molestar a nadie. A uno lo llamamos “Conde Drácula” porque viste de negro y tiene ojeras. Es frecuente verle delante del espejo de la perfumería atusarse la ropa, ponerse guapo. Y si es tarde y no lo ves por la calle, lo encontrarás en el Burguer King (y no precisamente bebiendo sangre). El otro chiflado no tiene mote, al menos que yo conozca. Es el hijo de un hostelero de la calle. Tiene una especie de chinchón en la frente; una protuberancia que lo caracteriza. Hace unas semanas unos hijos de puta se cruzaron con él y le dieron una paliza. Por lo visto le pidieron fuego y no tenía. Y además era mongolín, claro.
Mi calle es pequeña pero está llena de vida. Un día me dijeron que tenía una historia fascinante, y aunque no llegaron a contármela, no me cuesta mucho fantasear sobre ella. En mi calle hay bares, una perfumería, un kiosko, una mercería (la cual sospecho que es una especie de tapadera de algo raro), una academia de inglés, una tienda de rollo indio que huele a incienso, una tienda de ropa de modernos, más bares, una tienda que vende no se qué cojones (telas, manteles o algo así), una tienda de comida para llevar, un estanco, una heladería, dos peluquerías, más bares, un locutorio, un restaurante, una empresa de diseño gráfico, una consultoría, una tienda de muebles, una floristería, una tienda de ropa hortera que acaba de cerrar (no me explico por qué), una tienda de ropa de bebés (victorianos), y más bares. Es increíble que una calle tan pequeña de para tanto. Pero es así. Y además no es difícil ver pasear a Nacho Vegas por ella.
Si bajas a la Plaza que hay al final de la calle, encontrarás varios personajes excepcionales en su singularidad. Por las mañanas, es fácil encontrarse con un viejo esquizofrénico que suele acompañarse de una cerveza de lata y que grita a enemigos dialécticos invisibles. Al principio acojona un poco, luego te ríes y al final acaba dando pena. La peña flipa cuando lo ve. Hay un vagabundo (posiblemente también esquizofrénico) que suele estar instalado delante de la librería. Digo vagabundo, pero duerme bajo techo, cobra una pensión e incluso tiene teléfono móvil. En verano anda por El Lavaderu, en donde acosa a jóvenes hippies. El resto del año protege la puerta de la librería, recibiendo a los visitantes con frases del estilo: ¿me da dinero para libros? Y es que en verdad lee libros. De hecho tiene una fijación especial por Herman Hesse. No es extraño que acompañe a alguna mujer hasta el interior de la librería y la recomiende encarecidamente comprar Sidharta, Demian o El lobo estepario, esgrimiendo argumentos de peso como que esos títulos “se te quedarán en el corazón como tú ya estás en el mío” o “cada vez que lo leas te acordarás de mí”. Es un romántico. A veces no le dan la medicación adecuada y lanza sus dardos de amor también a las empleadas de la librería. Tiene para todas.
En la misma plaza, hay un lugar especial para el arte y la música. Está el sudamericano que toca la guitarra (y la botella) y que repite siempre los mismos cuatro acordes (creo que son del “Wish you were here” de Pink Floyd) . Por ahí también andan varios artistas que practican la pintura con diversa suerte. A veces discuten entre ellos por el espacio que les corresponde y más de una vez alguno de ellos ha sido denunciado (posiblemente por uno de sus colegas) por vender su arte ilegalmente en la calle. Pero afortunadamente suelen salir indemnes. También está el tipo que toca el violín con amplificador. Hay quien dice que en realidad es una cinta lo que suena, pero yo creo que sí que toca de verdad, y si no me da igual. Es agradable ver (y escuchar) al tío hacer playback de violin.
Pese a que mi calle está llena de bares, no me los recorro todos. A decir verdad solo frecuento uno de forma regular: el mejor, el más molón. Es una especie de ONU etílica donde te reúnes con gente maja de todas las partes del mundo e incluso a veces, entre caña y cañón, hablas inglés a little bit. Hay gente maravillosa que para por ahí, y también hay especímenes humanos de la más diversa índole. Hay una señora mayor de pelo blanco que bebe hasta altas horas de la noche y se queda mirando fijamente un punto indeterminado de la pared durante un tiempo inquietantemente largo, hasta que de repente se levanta, se despide, y a veces te proporciona gratuitos consejos amatorios. Pero la palma se la lleva una chica joven a la que apodamos "Creepy", y que tiene la desconcertante costumbre de establecer un excesivo contacto físico con el sexo masculino. Si la Creepy no te ha tocado el culo no eres nadie. Yo tengo el dudoso privilegio de haber sido piropeado por ella con la sugerente frase: "¿quién se va a comer este muslo?", todo esto previo tocamiento a la mencionada parte de mi anatomía. Me reiría, pero me dio miedo.
Pese a que mi calle está llena de bares, no me los recorro todos. A decir verdad solo frecuento uno de forma regular: el mejor, el más molón. Es una especie de ONU etílica donde te reúnes con gente maja de todas las partes del mundo e incluso a veces, entre caña y cañón, hablas inglés a little bit. Hay gente maravillosa que para por ahí, y también hay especímenes humanos de la más diversa índole. Hay una señora mayor de pelo blanco que bebe hasta altas horas de la noche y se queda mirando fijamente un punto indeterminado de la pared durante un tiempo inquietantemente largo, hasta que de repente se levanta, se despide, y a veces te proporciona gratuitos consejos amatorios. Pero la palma se la lleva una chica joven a la que apodamos "Creepy", y que tiene la desconcertante costumbre de establecer un excesivo contacto físico con el sexo masculino. Si la Creepy no te ha tocado el culo no eres nadie. Yo tengo el dudoso privilegio de haber sido piropeado por ella con la sugerente frase: "¿quién se va a comer este muslo?", todo esto previo tocamiento a la mencionada parte de mi anatomía. Me reiría, pero me dio miedo.
Si te levantas a altas horas de la noche (¿quién sabe por qué ibas a hacerlo?), abres el portal y la calle parece salida de una obra de George A. Romero: decenas de Walking dead se arrastran y deambulan con la vista perdida y el paso inestable hacia sus casas respectivas, los baretos que aún no estan cerrados o los diversos "matafames" del barrio. Es una escena inquietante a la par que enriquecedora para el espíritu (aunque tu sepas que alguna vez también has sido uno de esos muertos vivientes).
Mi calle está llena de historias, como todas, pero éstas, para lo bueno y para lo malo, ya forman parte de mí. Son el paisanaje del pingüino.
Mi calle está llena de historias, como todas, pero éstas, para lo bueno y para lo malo, ya forman parte de mí. Son el paisanaje del pingüino.
7 comentarios:
Me encanta :)
Hey, al de Herman Hesse lo conozco!!! A mí recomendó "Sidharta", y se fue todo contento porque le dije que había leído "Demian".
que bien escribes bro!!siempre me echo unas buenas risas con tus reflexiones... ;)
me pregunto quien de los más de 50 santos y beatos que llevan el nombre de esa calle será el homenajeado... era una calle vulgar para mi... ya no lo es
Pingüino, me ha encantado el paseo :)
Andrea.
Jooo, se me ha echo muy corto, quiero más jaja. La tienda de modernos es yeye/mod.
*hecho
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