Levantó el auricular y telefoneó al contacto de confianza que tenía en el banco para asuntos profesionales, y que además le llevaba a él y a Arnau sus finanzas. Le pidió información acerca de sus cuentas, con la excusa de que temían estar siendo robados por un pirata informático. No hizo preguntas. Su cuenta, como ya sabía, carecía de actividad desde hacía días; la de Arnau, para su sorpresa, mostraba una retirada de 1000 euros esa misma mañana -a las 11.00-, en el cajero junto a su casa. Otra vuelta de tuerca.
Si Arnau había sacado dinero de su cuenta, parecía lógico pensar que estaba dispuesto a pagar su deuda. Pero algo no cuadraba, porque aquella no era una cantidad tan importante como para jugarse el pellejo y podría haberla pagado sin ningún problema. Era absurdo pensar que había desaparecido para no hacerlo. Algo le había impedido consumar el pago.
Mientras con la vista perdida pensaba en esos detalles, Sócrates Zacarías reparó en un objeto del despacho que había pasado por alto hasta entonces; una figura del tamaño de un florero se encontraba encima de uno de los armarios: el conejo de Alicia en el País de las Maravillas. Se acercó con la esperanza de encontrar en la figura o junto a ella, algo que le hiciese avanzar en sus pesquisas. Cogió un taburete para comprobar lo que había en la parte superior del mueble. Alargó el brazo a ciegas e hizo un barrido con la palma de la mano, pero con su habitual destreza tiró el conejo, que calló a plomo, inmisericorde, sobre su cara. El golpe fue tan violento que lo dejó inconsciente en el suelo.
Lo que a continuación sucedió, pese a ser considerado por Zacarías como una mera alucinación onrírica, fue experimentado por el chico con la mayor de las vivezas, hasta el punto de que, sumado a ello lo trascendental de sus consecuencias, siguió cuestionándose durante mucho tiempo su veracidad.
Al despertar, Zacarías se encontraba en una pequeña habitación rodeada de cortinas de terciopelo rojo, y cuyo único mobiliario se reducía a una estatua de mujer, con rasgos clásicos y en postura de recatado erotismo, y dos sillones forrados en cuero. Sin previo aviso, de detrás de las cortinas apareció un hombre enano de traje rojo bailando con movimientos espasmódicos y chasqueando los dedos al ritmo de Dance of the Dream Man de Angelo Badamenti. La escena resultaba profundamente perturbadora.
El hombrecillo detuvo su baile -si es que así se le puede llamar a aquél intentó infructoso de seguir el ritmo- y con cara enigmática, le susurró a Zacarías:
-Fuego, camina conmigo...
El chico, aún aturdido por lo que su cabeza no dejaba de interpretar como un sueño sin sentido, se mantuvo en silencio.
-Fuego, camina conmigo...- repitió el enano, a la vez que, como para dar más énfasis a sus palabras, hizo un giro a lo Michael Jackson y se agarró el paquete gritando "aaauuuuu".
La incredulidad de Zacaría no dejaba de crecer mientras el hombrecilla volvía a la carga:
-Dime amigo, ¿Quiéres saber quién mató a Laura Palmer?
Zacarías, que no tenía ni idea de quién cojones era Laura Palmer, se lo hizo saber.
-No te hagas el tonto -respondió el enano-. Ya sabes, Laura Palmer. La putita de Twin Peaks- Y tras decir esto hizo un movimiento ondulante de brazos en el mejor estilo Backstreet Boys.
-Disculpe, pero no tengo ni idea de quién es esa tal Laura, ni tampoco ese sitio llamado Twin Peaks. Al que yo busco es a Belarmino Arnau. El detective Belarmino Arnau, de Norteña.
-¡¿Cómo?! -respondió sorprendido el hombrecillo- ¿Belarmino Arnau? ¿Acaso no eres tú Dale Cooper, agente del FBI?
-Míreme. ¿Tengo pinta de agente del FBI?
El enano, boquiabierto, sacó de su americana un pequeño bloc rojo, y rebuscó entre sus hojas freneticamente.
-¡Mierda!¡Joder! -exclamó mientras leía-. Sócrates Zacarías busca a Belarmino Arnau, conejito y niña, ¡claro!, puerta 3, sueño de las 12.14. ¡Joder! ¡Nos hemos confundido! ¡Chicos! -gritó al techo de la habitación haciendo aspavientos con los brazos- ¡Chicos! ¡apagad la música y subíd la luz! Nos hemos confundido. ¡El agente Cooper era a las 12.25! ¡Este chico de aquí es Sócrates Zacarías, el de la niña!
-¿La niña? ¿Qué niña? -pregunto Zacarías totalmente desconcertado.
-Mira chico, lo siento. Un fallo técnico. La culpa no es nuestra. Estamos explotados. No damos a basto. Tu sueño tenía que haber sido la visión de una niñita. Sí, la niña ésa del cuento con la falda tan cortita; la de aquél escritor inglés del XIX, el guarrete al que le gustaban los niños...¡Alicia! -esclamó al conseguir recordar su nombre- ¡Éso es!. Alicia en el país de las maravillas. Ése es tu sueño. Y ahora, disculpa pero tenemos que irnos o no llegaremos a tiempo. Adiós. Nos vemos en tu próxima melopea...
Y todo desapareció: la habitación, el enano, las cortinas, la estatua...todo. Solo quedó una cosa flotando en el ambiente, algo que ocupaba por completo la mente de Zacarías cuando recobró el conocimiento. Un nombre:
Alicia...
(...)
2 comentarios:
Muy bueno papá pingüino, sinceramente no me esperaba un cortocircuito en la entrega del mensaje, mas bien creía que te habías pasado al plagio al más puro estilo Ana Rosa Quintana ...estoy enganchado a la serie negra y espero con impaciencia nuevas entregas.Gracias por recordarme aquella escena de Twin Peaks(tengo que reconocer que en su momento hizo que me estremeciera¡jodio enano y el baile rebobinado!
Gracias Toni, siempre ahí.
Con twin Peaks, como con David Lynch, tengo sentimientos contrapuestos. Por un lado la recuerdo tremendamente perturbadora. Aquella escena de la chiflada que vivía en medio del bosque y le hablaba a un morrillo de madera que tenía en brazos como si fuese un crío, era tremenda. Sin embargo, cuando hace unos años intenté revisionar la serie, me decepcionó un poco.
Con David Lynch me pasa algo raro. Me gusta las atmósferas de sus pelñiculas, tan onñiricas y extrañas. Desprenden un mal rollete inigualable. Pero argumentalmente me resulta inconsistente. Demasiado imagínate tú lo que quieras. No me considero un simple que necesite que se lo den todo hecho, pero un poco de ayuda, de vez en cuando, no estaría de más...
De todos modos, como bien dices, ya solo por ese enano rebobinado, Twin Peaks merece la pena.
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